EL SALVADOR HACE ALGÚN
TIEMPO
El Salvador es una faja estrecha en que la costa poblada de
manglares, levanta su nivel hasta convertirlo en un erizamiento de volcanes.
Faja estrecha, de cara al Océano Pacífico, en la que los
fuegos subterráneos afinan sus explosiones y derrumbes. Más que ninguna otra
región del planeta. El Salvador ha sido y es constantemente labrado por
energías plutónicas.
La Geografía del país —enclavado entre Guatemala, Honduras y
Nicaragua—ostenta pronunciado carácter generacional. Allá todo está en
principio y movimiento constante y el lago de hoy es un cráter de mañana. De
punta a punta del territorio se levanta un engrosamiento de volcanes, entre los
que se destaca el Izalco, el San Salvador, el de Santa Ana, el de San Vicente y
el de San Miguel. Siendo esta la zona del fuego, es también la zona de los
cultivos. Hasta el borde de los cráteres apagados o hasta los linderos de lava
donde se extienden las fajas simétricas de las cenizas y achicharradoras, ha
ido trayendo una rica tierra vegetal—islas desérticas de lava—como por
contraste con el verdor de la tierra, cultivada hasta en su más ínfima
partícula.
El Salvador, geológica e históricamente, es uno de los países
más antiguos de la tierra. Según Francisco Gavidia (historiador) fue esta la
probable cuna de las civilizaciones indígenas de América.
Los actuales indios son descendientes de los Toltecas, de los
Mayas y los Lencas. En su mayoría y bajo el atuendo iconográfico católico, las
figuras heroicas de Quetzalcóatl y Kukulkan, aun superviven bajo las oscuras
capas del inconsciente colectivo…la cultura del maíz continua siendo la cultura
de las actuales generaciones.
Pero no todo es indio en El Salvador. Un treinta por ciento
es indio puro, un cincuenta mestizo y un veinte por ciento blanco. Los
españoles llegaron en 1524, al mando de Pedro de Alvarado, el más cruel e
inescrupuloso de los conquistadores. . . En Acajutla, en las proximidades del
actual puerto, después de salvar un sinnúmero de dificultades y atravesar ríos,
en varios de los cuales mando construir puentes que fueron asombro de los
indios, don Pedro de Alvarado, al enfrentarse a las tropas de Atlacatl, recibió
la herida que lo dejo cojo para el resto de su vida.
Afianzado el poderío español sobe pipiles, mames, zutuhiles y
lencas, El Salvador formo parte de la Capitanía de Guatemala, desde 1543.
Treinta años más tarde tuvo su primera Imprenta —vio transcurrir su existencia
hasta 1811, en que el clérigo José Matías Delgado, iniciador de la
Independencia centroamericana, promovió el período de las rebeldías. Fracaso
entre las fuerzas españolas y porque en México cundía entonces la reacción que
sacrificara a su modelo, Hidalgo. El segundo conato frustrado en El Salvador
fue el de 1814, obteniéndose la independencia el 15 de septiembre de 1821. Un año después Agustín de Iturbide anexó la
América Central al Imperio Mexicano, mediante el envío de hombres a las órdenes
del general Filisola. Su régimen halló duro rechazo de parte de la población
centroamericana y en 1823, después de encendido debate, la Asamblea
Constituyente acordó constituir las Provincias Unidas de Centroamérica, tomando
la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica como modelo para su
estatuto orgánico. En 1824, mucho antes que en Los Estados Unidos, Centroamérica
decretó la liberación de todos los esclavos. El primer Presidente de la
Federación fue el general Manuel José Arce.
La unidad centroamericana resulto pasajera.
Hubo que someter a los caudillos regionales y darle vida real
al pacto federativo y a las Leyes de reforma: esa fue la obra de Francisco
Morazán.
Al principio no tenía más
de dos mil partidarios fieles y su núcleo principal lo constituyeron los
salvadoreños. No obstante, y día a día, tomaban vuelo las iniciativas
separatistas, fomentadas por los elementos conservadores. —Morazán tuvo que
sofrenarlos por la fuerza y para darle mayor estabilidad a su gobierno, en 1835
trasladó la capital de Guatemala a San Salvador…
Seis años duraron las luchas por el mantenimiento del
Pacto Federal. El clericalismo, apoyando
al indio guatemalteco Rafael Carrera, asestó duros golpes a la Confederación
que fue disuelta desde 1841, fecha en que se instala el primer presidente de la
República de El Salvador. De entonces, acá, se ha vivido en una era republicana
en que las dictaduras y los cuartelazos menudearon, surgiendo caudillos
letrados como los generales Gerardo Barrios y Francisco Menéndez, y caudillos
barbaros como Malespín y Hernández Martínez. Bajo la presidencia del uno se
fundó, no obstante, la Universidad, y bajo el dominio del otro hubo de
fomentarse únicamente el terror, la ignominia y el absoluto predominio de una
treintena de familias poderosas.
El verdadero renacimiento de El Salvador data de la última
década del siglo pasado, bajo la presidencia del General Gerardo Barrios, quién
dio auge especial al cultivo del café. Sus sucesores, empezando por el
presidente Zaldívar laboraron por constituir una aristocracia cafetalera,
logrando hacer de El Salvador, un país de potentes latifundios. La historia de
los últimos años es así la historia de una contrastación entre el gran
latifundio y las pequeñas parcelas. Toda la tierra se cultivó intensamente. La
población fue creciendo de un modo arrollador. Los problemas sociales se
agudizaron año con año. Y al cese de los conflictos con Guatemala, bajo la
presidencia del Dr. Pío Romero Bosque, todo contribuía al incremento de la
riqueza material. En 1930 se funda el primer gran partido de masas; el Partido
Laborista, que bajo dirección, un tanto apostólica, de Don Alberto
Masferrer—pensador social religioso—llevó a la presidencia de la república al
Ingeniero Don Arturo Araujo, bajo cuyo gobierno se dictaron leyes contra los
latifundios y los monopolios y se comenzó la nacionalización de algunas
empresas de servicios públicos. Nueve meses gobernó a El Salvador el régimen
laborista el que fue depuesto por una
confabulación militar, que llevó a la jefatura del gobierno al vicepresidente
de la República y ministro de la guerra, general Maximiliano Hernández Martínez,
el más sombrío de los déspotas, sólo comparable con don Juan Manu el de Rosas o
con el pavoroso Juan Vicente Gómez.
Madura ya la conciencia social de las masas, en 1932 hubo un
triple levantamiento delos indios, en
defensa de su estándar de vida; de algunos
elementos laboristas, y de la fracción comunista, con núcleos exclusivamente en
la Capital. La rebelión fue debatida con el ímpetu más salvaje y las mayores
expresiones de la barbarie, alcanzando cifras que los propios datos oficiales
de 18,000 muertos pero que los observadores extranjeros aseguran que fueron
de 23,000…De esa fecha trágica, hasta su
caída en 1944, mediante una gigantesca huelga general , Maximiliano Hernández
Martínez desarrollo una política de violencia represiva, creó la Banca Salvadoreña
y la puso en manos de banqueros nazis, convirtiéndola en el instrumento de
cambio de los marcos aski para Centroamérica, y fortaleció la Industria
Cafetalera, para colocarla bajo la dirigencia de los grandes productores ítalo
fascistas. No obstante sus francas simpatías totalitarias y sus procedimientos
copiados del nazismo, el gobierno dictatorial de Hernández Martínez formó parte
del frente americano democrático, no como un gobernante responsable, sino como
un hábil comediante en busca de oportunidades.
Caída la dictadura en 1944, más por un acto de repugnancia
del pueblo que por una estructuración de la conciencia revolucionaria, las
fuerzas que dieron al traste con el dictador, se dividieron lamentablemente.
Quiso mantenerse una farsa constitucional, con la continuación de un Congreso
engañoso y un Presidente que había sido el hombre de confianza de Hernández
Martínez y así es como sube al poder el general Andrés I. Menéndez, hombre sin
voluntad, que no pudo o no quiso sacar al país de la anarquía. Depuesto por un
golpe de fuerza de los oficiales jóvenes, que se adelantaron al golpe de estado
que estaban preparando los partidarios del Dr. Arturo Romero,—hombre de gran
popularidad y verdadero candidato mesiánico—se instaura el gobierno de transición
que encabeza el coronel Osmin Aguirre y Salinas —militar a quién
enérgicamente repudió la mayoría del
pueblo—. Surge entonces una coyuntura constitucional interesantísima: el
entronizamiento de dos gobiernos: uno constituido en el exilio y que en Guatemala
encabeza el doctor Miguel Tomás Molina,
basándose en un laudo de la Corte Suprema de Justicia, y otro organizado en El
Salvador, mediante designación del Congreso, con lo que se plantea un
apasionante conflicto de poderes.
Bajo lo que se ha dado en llamar el Osminato, o sea el
gobierno del coronel Osmin Aguirre, se celebran elecciones generales, con la
renuncia expresa de casi todos los candidatos, resultando electo Presidente de
la República, para el período 1945-1940, el general Salvador Castaneda Castro,
quien tenía mayoría en los departamentos, siendo el campesinado el núcleo de su
fuerza, así como la del doctor Arturo Romero se cimentaba en el control de la
capital y en el setenta por ciento de las asociaciones de obreros. La fuerza de
choque de este líder era universitaria, siendo de notar que El Salvador es un
país esencialmente campesino y de muy débiles organizaciones proletarias.
Al general Salvador Castaneda Castro, Presidente
Constitucional desde el primero de marzo, le toco una dura tarea. Se encuentra
ante un país en fermentación, inquieto, lleno de odios y tensiones, que no
confía en sus caudillos, porque en su mayoría lo han traicionado, y que no
tiene confianza en las fuerzas opositoras, porque encuentran hombres que
durante treinta años han servido a todos los gobiernos, aun cuando ahora
dragonean de inmaculados, o con representantes de las grandes familias,
responsables directos de las matanzas campesinas o que en alguna forma
estuvieron en contubernio con el dictador, hasta el momento en que ya no
convino a los intereses oligárquicos.
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